
En esta publicación decidimos entrevistar a
Silvia Ludueña que para nosotros fue mucho más que una profesora. Una vez más
nos habló desde su corazón para contarnos sobre su historia con el colegio y el
porqué de su vocación.
-Para
empezar, ¿cómo resumirías tu llegada al colegio Santa Margarita?
-Por más que quiera ser breve, tiene su
historia. Mi mamá en esta escuela fue la primera maestra no religiosa, la única
de ese entonces. Ella estudió en el Normal 2 por lo que egresó con el título de
bachiller y pudo entrar a trabajar al colegio, lo que era su sueño ya que ella
era del barrio. Empezó como maestra, siguió como secretaria de primaria, e
incluso la mañana en que nací, a eso de las siete de la mañana alcanzó unos
papeles al colegio para después irse a internar para que 10:50 naciera yo. Con el tiempo, me tocó ser
alumna del colegio. Empecé en segunda salita porque mi mamá decía que era
tranquila y que no molestaba en casa. Pasó la escuela primaria, y al llegar al
secundario me incliné por bachiller, no porque tuviera una tendencia definida
sino por seguir a mi grupo de amigas.
-¿Por
qué decidiste ser profesora de matemática?
-Debo confesar que yo desde chica, quería ser
profesora de Lengua y Literatura. Ya desde primaria, mi profesora Liliana De
Paolis, me impulsaba mucho con respecto a la escritura y además me ayudó a
sobrellevar una etapa algo difícil para mí. Me alentaba, me corregía
constructivamente, hasta me confesaba que compartía mis escritos con su marido.
Era un gran impulso para mí, estaba fascinada con escribir todo tipo de textos.
En cambio, en secundaria, me tocó toparme con una profesora que si bien era una
gran conocedora de la materia, las relaciones entre docentes y alumnos eran
distintas, y nunca llegué al punto literario que ella esperaba. No le gustaba
mi impronta personal a la hora de escribir, y eso condicionó algo que en mí era
innato. Buscaba cambiarla, corregirla, leí autores que le gustaban -aunque a mí me
aburrían-, pero no había forma de conformarla. Cada redacción era una tortura,
ponía todo de mí para intentar que le agradara mi trabajo, pero nada era
suficiente. En oposición a que en la literatura, parecía que no “andaba”, mi
profesora de matemática, actual suegra de Silvia Vinci, me estimuló increíblemente.
Hacía que preparara temas para explicar, me apoyaba a que fuera una especie de
“profe particular” con mis compañeras (cosa que adopté después entre mis
alumnos). Y, realmente, hizo que de algún modo se destapara mi vocación. Es
indudable que una raíz de ciencias exactas había en mí, porque nadie pasa
porque sí de literatura a matemática. Así que así llegué al profesorado, lo que para profesora
de secundaria fue un honor, ya que en gran parte era gracias a ella y a la
admiración que me despertó como persona y docente.
-
¿Cómo empezaste a trabajar en el colegio del cual egresaste?
-Lo increíble de la vida es que mi profesora de
matemática siempre tuvo problemas de la vista, motivo por el cualcomenzó una
licencia de un tiempo bastante prolongado, y eso no evitó que cumpliera su
sueño -tal como ella me decía- de dejarme sus horas en el colegio. Empecé a
trabajar todavía siendo estudiante, a días de recibirme y cumplir 22 años.
Desde entonces fue hermoso, porque siempre fue mi lugar, mi casa.Empecé con
poquitas horas, como todos, hasta que
fui tomando más carga horaria y llegué a cumplir horario como un alumno, desde
las 7 del lunes hasta las 13 del viernes. También trabajé un tiempo en el colegio
Corazón Eucarístico de Jesús en los años 1991 y 1992, los cuales fueron de
mucho aprendizaje. A lo largo de los años puedo decir que, como profe, fui
regalando un poquito de ánimo y nota, inclusofui ajustando cuando fue necesario
y logré mantener mi impronta como maestra también, porque no se puede dejar de
ser uno mismo.
-¿Qué
destacarías como lo más importante en el rol como profesor?
-La importancia que tiene un docente en la vida
de un alumno, porque de pronto, con una palabra o expresión te crucifican, así
como también te pueden impulsar a ir por mucho más. Al mismo tiempo lo
importante que es reconocer que no por ser profesores somos distintos, y
demostrar y reconocer que nos podemos equivocar y, obviamente, pedir perdón. Asimismo
en la docencia, que hace también a todo lo lindo que tiene, no te encontrás con la rutina, siempre te topás
con algo distinto, que en gran parte lo forja el alumno. Así uno se encuentra
viviendo y compartiendo todas sus cosas, más allá de lo académico. Puedo decir
entonces que nunca me fueron una carga, y que mis alumnos fueron siempre lo que
me dio vida. Después de todo, ¿qué somos los profes sin alumnos? Nada.Además,
hoy me encuentro en un presente en el que todos los que estuvieron conmigo en
los salones, desde los últimos junto con los de muchos años atrás, son mi
sostén del día a día. Con un mensajito, ayudando y también a veces pidiendo
algo de ayuda.
-En
una oportunidad mencionaste que lo que te gustaba de tu profesora de matemática
era cómo simplificaba y te hacía memorizar cosas complicadas y, justamente, eso
nos pasó a nosotros con tu canción del “par positivo” ¿Cómo nació?
-Hoy me pasa que no sé las canciones de los
jóvenes, ni cómo hablan o cómo usan el “ahre”. Pero cuando surgió todo, sé que
estaba en mi cocina cuando de repente escuché una canción de Mambrú, una banda
del momento, y nació así la primera versión de la canción del par positivo al
ritmo de “Tiene que cambiar”.Con el tiempo, pasé a “Danza kuduro”, buscando que
mis alumnos eligieran la canción con la letra, pero nunca obtuve resultado. Más
tarde fue “La mordidita”, y aunque a lo último quería cambiarla por “Despacito”
nunca pude hacer coincidir la letra, y terminé conformándome con “Chantaje” de
Shakira y Maluma. Lo que me terminaba pasando en muchos casos, era que en la
pequeña parte de teoría de los exámenes, encontraba hasta claves de sol
haciendo referencia a la canción del momento, ¡pero lo que yo buscaba era que
usaran el vocabulario! Igualmente en la estadística sirvió, porque después de
mi invento fueron muchos menos los que se olvidaban el par positivo. Incluso
recuerdo en algunas mesas de examen, sin decir nada, señalar el olvido del
mismo y mover ligeramente los hombros como bailando… se daban cuenta en seguida
del error.
-Para
ir terminando, queremos preguntarte sobre los rumores que corren, desde hace
bastante, entre los alumnos, sobre las
“parejas”que creemos existen entre los profesores ¿Llega todo esto a la sala de profes? ¿Cómo
se lo toman?
-Sí, siempre se escucharon esas cosas, en un
momento fue José Luis y Natacha, en otro, Nadia y Leandro. Claro que llega a la
sala de profesores, como muchas cosas, pero todo es para chistes, es cómico
porque a veces, ustedes, los alumnos, se lo toman muy en serio y no es así. Las
cosas de la vida que cada uno cuenta no salen de nuestras charlas que se dan en
los recreos, pero cuando es al revés y nos enteramos de nuestra vida privada
por los alumnos, eso sí que es para comentar y reír entre todos.
-
Como última pregunta, entonces, ¿estás
conforme con la elección de tu profesión?
-Sí. Hace poco fui a ver un psiquiatra reconocido
que vino al teatro con unas amigas, y como sintética que soy al ser profesora
de matemática, puedo concluir que hoy soy feliz.Él explicaba la diferencia
entre la felicidad y la alegría. Dijo que la alegría es una emoción, un
presente momentáneo. En cambio, ser feliz, comentaba, es el ser coherente con
el pensamiento y la acción, con la forma de desarrollar tu vida como la pensás,
el no dejar cosas pendientes o quedarse con algún remordimiento. Más allá de
que hoy me toca ir saboreando lo que es la despedida de lo que fue mi labor,
ganaron siempre los sabores dulces, lo lindo, porque a pesar de que hubo
momentos tristes, si el tiempo volviera atrás, elegiría nuevamente mi carrera,
mis compañeros de camino, Daniel y Rosana, todo. Por eso digo: soy feliz.
¡Agradecemos a Silvita que se
tomó el tiempo para contarnos su historia y llenó el
aula, una vez más, de su perfume característico y sus sonrisas sinceras!